Y entre tanto, intentaba salir de un mar del que nunca pudo escapar, al que nunca quiso entrar ni jamás supo como había llegado. En su cerebro, como gigantes olas, surgían escenas antes vividas que caían hacia su vientre donde se arremolinaban y producían un estruendo de dolor.
Agarrándose con fuerza a la almohada, única ayuda en su nuevo naufragio, contenía las lágrimas, no necesitaba más agua y sal, tampoco quería perder de nuevo algo suyo.
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